miércoles

Ataúd volatil II

 
Januz Miralles

No fui yo, finalmente, quien se perdió en cenizas. Recuerdo al hombre abandonando una piel de cirio al descender por las escaleras que le alejaban del hogar; hombre desprendido de trajes y derramado su cuerpo frente a los escaparates, que nunca volvió. Recuerdo, recordarás, al hombre sin memoria que se adentró en el lago para disolverse sin remedio. Recuerda mi propio cuerpo que encontró en el fondo marino su ataúd volátil y supo deshacer su impulso entre corales. Intentamos huir del hogar y sólo tú lo lograste. Y todo mi amor se perdió en cenizas. Y tú, todo mi amor llevaste y disolviste.

domingo

Paseos errantes


L. Makabresku

Se eriza tu piel. Paseas por mi cama a través del bosque que a medianoche escogiste para soñar. Contienes la respiración y te adentras un paso más; puedo ver tus manos yaciendo junto a tu cara, deshaciendo con delicadeza el afilado diente de león; tus piernas dulcemente entrelazadas con las mías, abriéndose paso a través de las desafiantes amapolas marchitas; tus talones volátiles deslizándose sobre el prado de estío que apuñala tu piel sagrada. Quiero alcanzar tu mundo dolido y bello, y verte renacer. Quiero saber a dónde vas tan decidida. Calmar el viento helado que te conmueve y devolverle la paz a tu piel. Quiero que no me desgarre tu lejanía, y te des la vuelta y abras los ojos para mí, que vuelvas conmigo antes de tiempo, que dejes esos paseos errantes que nunca sé a dónde llevan. Despierta. Abre los ojos para mí. Detén los dientes de león que el viento ha traído y derrama sobre mi cama, silencioso adiós que me prestas. 

La nación cercena.

Estamos tratando de abatirnos entre nosotros mismos. "Levanto la mano y tú me la cercenas", solo que ahora soy yo misma, el único ser que pone trabas en mi vida. somos todos, todos muertos de miedo. En algún momento minaron nuestra confianza, haciéndonos sentir inútiles a la luz del análisis de los errores ajenos. Toda la culpabilidad nacional recayó sobre nosotros, supimos que nunca fuimos demasiado buenos incluso antes de nacer, y supimos que difícilmente seríamos suficientemente buenos como para solucionar este Desastre verdadero.  
Me dicen que no encontraré salidas. Me creo que no habrá salidas. 
Me ofrecen la posibilidad obligada de marcharme. Me siento expulsada de mi país. 
Soy joven. Tengo una carrera. ¡Y paso miedo al reconocer que sé hablar alemán! ¿Me meterán en algún avión y me enviarán al exilio? 

martes

Reconfiguraciones latentes o Zero.



Una mosca vuela frente a un cuadro y se hace pájaro. Todo desubicado invita a una reordenación, el ser y el objeto de mi mundo, otro ser y un mundo nuevo, en dimensiones que podrían multiplicarse hasta el infinito. 
Me escondo entre los libros, soy humana. Me expongo a las calles, soy objeto. La calle reconfigurada sigue siendo calle conmigo dentro, y sin mi. 
Yo reconfigurada sigo sin ser nadie. 

Lo monstruoso damasiano.



Lo monstruoso se cierne sobre el mundo una y otra vez. Se cierne sobre mi cada vez que con mis ojos indago en mi propia imagen: si de mi mirada deriva un impresionismo sorprendente y feliz, inocente y lúdico cuando se dirige hacia el mundo -muy lejos de la angustiante incompresión-, lo hace también una oscuridad desesperante cuando su objetivo son las pupilas del espejo. A veces pienso si no estarán en él encerradas para torturarme cuando las busco, galerías del alma más fúnebres cuyo final siempre será desconocido e incomprensible, o cuando, sin poder evitarlo, tan solo me cruzo con ellas...

lunes

Astros candentes.

Nude. Aaron Westerberg. 

Una respiración se entrecorta junto a mi oído, en el último instante contenida. La curvatura del cuello tensado por el rayo culmina con un profundo exhalar con la boca abierta, dejándonos en una suspensión de cuerpos celestes, en un fundirse de planetas que colisionan, en un brillar de pieles como astros candentes.  Todo su cuerpo va replegándose poco a poco: sus dedos entrelazados entre los míos, su nariz fruncida, sus dientes tratando de desgarrar la piel, cerrándole el paso a un sonido sordo. 
Y está preciosa cuando muestra esa leve desesperación en el gesto; preciosa cuando alza sus ojos grandes, oscuros, para clavarlos arriba, más alto, en busca de la trascendencia de una visión casi mística; preciosa simplemente detenida. Preciosa leyendo, preciosa hablando, preciosa dormida. La cotidianidad la hace preciosa. El momento más sagrado, la hace preciosa. 

martes

Tus delitos



Fuiste haciendo una compleja recopilación aérea de fragmentos que, como era natural, con el tiempo regresaron a su esencia disgregándose y cayeron como piedras estrelladas con tanta fuerza que no podía tratarse sólo de la gravedad. Había una mano oculta, siempre lo supiste, la mano que aferra y desata con furia. Fuiste construyendo un refugio a base de brazos y pechos, y te instalaste en el centro. Fuiste componiendo una polifonía de voces cálidas. Dejaste de sentirte sola. Pero había una mano oculta... que no podía soportar la cómoda certidumbre ni la complacencia mermada. 
Un día dejaste de seguir rastros ajenos y extendiste la palma de tus manos: restos de minerales como astros candentes brillaban en ellas.

sábado

Mi carne para los monstruos.



Los pájaros comenzaban a trinar desesperados, golpeándose con mis entrañas inundados de ira. Esta vez algo que no era mi propia voz les hizo callar. El aleteo se prolongó durante unos segundos más, segundos de ahogo que habían proyectado el carámbano hasta los párpados, rasgándolo tibiamente, sin encarnizarse, casi apiadándose de su piel dulce y resbaladiza que antes incita a la caricia que a semejante desacralización. Todo se sumió en un silencio sepulcral. La carne se contuvo en sus palpitaciones, la carne antaño perfecta ahora mutilada, la carne que implora, la carne sometida, la carne hueca, la carne de los pájaros, la carne envoltorio, la carne del apogeo, la carne del corolario, la carne putrefacta, la carne temblorosa. 
Las aves se ocultaron. Cedieron sus dominios de tortura, asustadas. 
Poco a poco, los monstruos fueron asediándolos. 

martes

Furia ante lo sagrado



Te han estallado los geranios y los corales. Quieres llorar mientras todo se expande silenciosamente a tu alrededor, luminoso, bello. Lo apartarías de ti con furia si tuvieses fuerzas, y lo tirarías al suelo, y acabarías tumbándote sobre todo ello en un intento contradictorio de sepultarlo y de fundiros. Aprehenderlo y sentirte plena, destruirlo y regresar a los días en que rasgabas el aire y comprobabas triunfal la vacuidad del mundo que te mantenía en calma. 

lunes

Semióticas


Ophelia. Waterhouse


Abriste la boca y se te cayeron los sintagmas adjetivales a borbotones. Después creaste una suerte de estructuras comparativas albergadoras de símiles. Las metáforas posteriores tampoco sirvieron de nada. Con sólo un beso anacrúsico y una onomatopeya podías desestabilizar las leyes cosmogónicas desde el principio. Pero las sepultaste con uno tardío, lento, y casi imperceptible.